miércoles, enero 16, 2008

LIVER LET DIE

Yo sé que con este post voy a ganarme muchos enemigos, el repudio de amigos y los vítores de aquellos maestros de lo oculto (gracias Hicks por la palabra).

Este blog puede genera más o menos antipatías por lo que escribo, por mis difusas posturas, por estar en Israel o por cualquier cosa. Incluso por spamear cuando escribo.

Sin embargo, hoy, intuyo, se producirá una bisagra que no sé si hará que me dejen de leer pero muchos me señalarán como subnormal y sin escrúpulos.

La causa, señores es la siguiente: volví a comer HIGADO vacuno.

Si bien es cierto que todo buen judío de linaje proveniente de Europa nunca debería renegar de la viscera, durante 20 años no toqué un pedacito de la fibrosa pieza. Poco tiempo después dejé de comer aves, actitud que mantengo por el asco que me dan las ratas con alas y plumas.

El olor, el color, el gusto y la tarea hepática alejaron al laboratorio del mamífero de mi mesa y paladar. Tuve un último coqueteo durante la adolescencia cuando mi abuela nos servía la mesa y ponía el plato del cual ahora me enorgullezco de comer: higado rallado con cebolla picada muy chiquita y huevo ralladito (ay, los diminutivos).

Después, nunca más. Sí al riñon, al chinchulín, a la molleja y a las carnes rojas.

Pero desde hace un tiempo -no me lo revelé a mí mismo por temor a enloquecerme- comencé a interactuar con el hígado de manera tímida.
Para enchufarle hierro a Alma, el hígado se transformó en una opción pero mi mujer se negaba a cocinarlo en la plancha o de cualquier otra forma. Le daba/da arcadas y se descompone.
"Mejor que la nena chupe un clavo", pensamos.

Hasta que un día agarré el sanguinolento bife, lo escurrí un poc, lo tiré en la plancha y esperé. Lo rallé -hasta ese momento todo lo hacía por Alma- y se lo serví con arroz o no me acuerdo con qué. Por supuesto lo morfó sin pruritos.

La cosa es que quedó un poco de higadito ralladito. Y como los olores y sabores, desagradables o placenteros, nunca se olvidan se me ocurrió rallar una cebollita y hervir un huevito.

Rallé todito, le pusé aceite, sal y unas gotas de aceto balsámico y lo probé. Y me gustó. Y desde entonces lo como una o dos veces por semana. Y me encanta. Y no lo puedo creer.

No recuerdo por cuestiones obvias cuánto sale el hígado en Argentina pero acá en Tel Aviv no es caro y se consigue más o menos fácil.

Estimado lector, aquí le transcribo una receta para poder obtener el plato tal como preparo yo. Esto no va a tener efecto entre los vegetarianos, que no me van a odiar más o menos por mandarme alguna parte distinta de la vaca.
Pero sí puede resultar en una consecuencia reveladora para aquellos que cómo yo fueron detractores del órgano glandular de animales vertebrados que segrega bilis y purifica la sangre que corre por nuestras venas.
Los dejo. Tengo mucho que ver, mucho que comeeeer.

Hígado Picado (cortesía de www.judaismohoy.com)

"Este es probablemente el plato judío más conocido y sabroso. Nadie sabe realmente su origen, pero cuando hablamos de hígado picado todos son expertos.
Tradicionalmente la grasa del pollo (aaaaagh) se usa para cocinar las cebollas y unir la mezclar puesto que le da una textura suave. Pero se puede usar tanto aceite vegetal o margarina. Se sirve con pan, matzá o crackers.

Ingredientes
300 gr. de hígado
1 papa mediana
1 zanahoria
1 cebolla
1 huevo duro
aceite o grasa de pollo o margarina
sal y pimienta a gusto

Preparación
Cortar en rodajas la papa, la zanahoria y la cebolla. Rehogarlas en un poco de aceite en una olla y agregar el hígado previamente asado. Tapar y dejar cocinar por 20 minutos aprox. Poner todo en la picadora incluyendo el huevo duro. Si la mezcla está seca agregar más aceite o grasa de pollo y condimentar a gusto.

Se pone la mezcla en una fuente de servir, se la cubre y se pone en la heladera por dos horas o hasta el momento de servir. Se puede acompañar con alguna ensalada de verduras frescas.
Opción para los amantes de las comidas agridulces: servir sobre rodajas de manzana verde sin piel cortadas en forma redonda.

Buen provechito.

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