LA NUEZ DE ADAN
Me tomé de forma involuntaria unos días de “descanso” de toda actividad que no fuera el trabajo, la niña, la pareja, mi aseo y el dormir.
Por la fuerza no fuimos a ensayar porque el día de repaso musical cayó en año nuevo –si, el año acá empieza en septiembre u octubre- y al bombo una actividad.
Otra acción, el escribir aquí, quedó cómodamente relegada hasta que pudiera volver a concentrarme en el placer de hacerlo y de encima tratar de subir algo digno.
No es que estos días me los pasé en la playa con un Campari y dos borreguitas o viendo qué saco me combina con tal o cual polera.
Estuve desconectado de ciertos placeres a los que reemplacé por pasar más tiempo con Alma, con quien hemos construido una relación absoluta.
Es llegar a mi casa y encontrarme con su enorme sonrisa desdentada. Me parte.
Sin embargo, hay dos cosas extras que hice esta última semana, en un sólo día.
La primera es una excursión a un lugar cerca de Jerusalén llamado Sataf y que físicamente es algo parecido a las sierras de San Luis, Argentina.
Los vecinos de planta baja a la calle, israelíes hasta el tuétano, nos invitaron a pasar el día como exploradores y yo fui a regañadientes; sacrificándome por Marina y Alma.
Arrancamos a las 11 de la mañana del sábado, subimos al auto y marchamos hacia la excursión, yo mascullando en secreto aunque disfrutando de un viaje en ruta corto.
Amós adelante conduciendo, yo de copiloto, Marina con Alma atrás junto a Diklá y su hijito Uri en la sillita de pibe.
Lindo día, no tan caluroso y con cierto vientito agradable. Uno de esos días en los que uno fantasea con la posibilidad de vivir en un lugar -¿el paraíso?- con ese clima estable y esperando la noche fresca para salir con un saquito o una campera de media estación. ¿Quién no lo dijo en voz alta alguna vez?
Yo, a las 11.35, ya me estaba cagando de hambre y estábamos en pleno viaje cuando mi compañera sacó de la galera un sandwichito de queso de máquina con cottage.
Algunos dirán ¡puáj!, queso con celulitis, queso con queso comida de queso o que mucho queso combinado estriñe. Bueno, a mí me vino al pelo para la languidez de media mañana.
Subimos un cerro, llegamos a un plateau con estacionamiento y nos dispusimos a seguir el recorrido señalizado con azul.
Yo cargando un “mochilón de la muerte”, el resto con las criaturas y alguna bolsita.
Caminamos, resbalamos, puteamos, sonreímos y vimos iguanitas, vaquitas de San Antonio cogiendo, un zorro muerto y pájaros mil.
A todo esto, me di cuenta que estábamos bajando y subiendo terrazas del año del pedo, de tiempos bíblicos. Muy loco, piedras y estanques de cuatro mil años.
Una agricultura antigua le da el paisaje al lugar enclavado en el corazón de las colinas de Jerusalén. ¿Qué tal? Me salió de agencia de turismo.
Vimos y comimos/comieron sabras (frutos de cactus), higos, regaliz y “nueces del rey”.
Lo de las nueces fue así.
Paramos al costado de un estanque natural encausado en piedra. Tiramos lonas y sacamos comida.
En eso, llega un contingente de excitados y señala sobre nuestras cabezas un inmenso nogal.
No pasan dos segundos que uno de los hooligans se trepa al árbol, lo sacude con toda y se produce una lluvia de nueces maduras que casi nos podría haber dejado inconsciente.
Sugestionado por la presión popular, accedí a comer alguna nuez convirtiéndose esta en la primera en mi vida que me mando entera.
Siempre repelí a la nuez. La siento como madera viva que al masticarla aúlla contra el paladar provocando el amargor de la zona con su muerte cruel bajo la dentadura.
En ese momento valoré la performance del salvaje que se trepó porque de alguna manera, al hacer el trabajo sucio y casi servirnos las nueces, hizo una marca indeleble en mi vida con el consumo de esa nuez. Igualmente, es improbable que vuelva a comer así las nueces.
En flashback, recuerdo que en el medio de la caminata, Amós me preguntó quién era Carlos Menem.
Me agarré el izquierdo, hice cuernitos, toque una ramita y le expliqué quien era y lo que su nombre pronunciado en voz alta producía. Mala suerte. Se rió.
Volviendo al escenario del nogal, Amós y Diklá comenzaron a cortar los ingredientes básicos para la preparación de la shakshuka (como un colchón de tomates con morrón, cebollas, ajo y huevos semifritos).
Y surgió un problema: habían traído una garrafita y una hornallita que, con inyecciones de bencina convierte a esta en gas y se puede prender un fuego muy bueno. Lo que pasó es que se rompió la jeringa.
Carlos Menem, recordé. Se lo dije a Amós. Sonrió de compromiso.
Había quedado el tomate, el morrón, el ajo y la cebolla cortados, como para una ensalada criolla sin vinagre ni aceite. Y media docena de huevos crudos.
Entonces, decidí “hacerme cargo” de la situación y le pedí la garrafita y la hornallita.
Agité, agité y agité hasta que de orto la bencina pasó a estado gaseoso y permitió prender el fuego y completar la shakshuka.
Quedé como un héroe. Era lo que buscaba en una tarde en la que fui repudiado –con razón- por ser demasiado urbano.
Seguimos allí un rato más y cuando se cumplieron seis horas de paseo emprendimos la vuelta a Tel Aviv.
En el camino, con las crías durmiendo y las mujeres babeando pasamos por lo de los padres de él para dejar a Uri porque a la noche se iban a una fiesta reggae y sus implicaciones.
Nosotros, encima, estábamos invitados a un cumpleaños en Ramat Gan.
El que no baila es un aburrido
Yo tenía pensado pasar por la fiesta un par de horas porque estaba realmente cansado pero ni bien entramos a casa sonó el teléfono. Era el cumpleañero.
El tipo me pide que pase la música de la fiesta, algo que me había pedido en la semana y que había quedado en nada.
Le digo que ok, que está bien. Me pasa a buscar y llevo un equipo de audio Sony con dos parlantes para comenzar con el festival del mp3.
No es que yo sea Disc Jockey ni DJ. Lo que ocurre es que tengo muchos mp3 de diferentes estilos con una carencia particular de ritmos latinos y “música jodona”.
Sin embargo, así y todo, ya pasé música en un cumpleaños anterior del mismo tipo, en una fiesta de disfraces correspondiente a la fiesta de Purim (circa Persia) y en un mini-festival que hicimos con Mamashkanta en una terraza.
No sé si soy bueno pero creo que soy el único que asume la tediosa tarea de poner un tema tras otro con cierta coherencia hasta que pierdo la paciencia y entro a quemar hits.
Y pierdo la paciencia cuando la gente no baila al escuchar, por ejemplo, Bee Gees, Funkytown, New Order, Smiths, los redondos, los Stones, los Decadentes, los 80’s...
Si con todo eso no moví a nadie, acá ocurre algo raro.
O después de Bigmouth strikes again pegué Los viejos vinagres o a la gente no le interesa moverse y sí charlar.
No es la primera que esto pasa y el público de casi todos los eventos nombrados es muy similar.
En síntesis, nadie baila a menos que el piso esté electrificado tal como ocurría con los patos danzarines de los circos a los que entrenaban sobre chapas candentes al ritmo de determinada melodía.
Los bichos no podían pisar por más de medio segundo porque se quemaban y cuando salían a función y escuchaban la canción comenzaban a mover las patas como si estuvieran bailando.
En un momento resigné la tarea permitiendo que pongan salsa, materia de la que no entiendo nada.
Tuve la falsa sensación de que la gente saldría a bailar y de que presenciaría la derrota del rock ante un género para mí menor. Es decir, mi derrota.
No fue así. Cuatro personas bailaron dos temas y listo.
Volví a la computadora y seguí tirando.
Agotado con justificativos, recién sentí feedback de la pista como a las 2 de la mañana y allí seis personas nos bailamos todo. Algo es algo.
Esto ocurrió exactamente hace una semana. Una de esas en las que no ocurrió mucho pero en la que comenzó el año nuevo 5767.
En dos días más es Iom Kipur, el día del perdón.
A su tiempo describiré cómo es la jornada de recogimiento más importante para el judaísmo en una urbe laica, secular y no observante como Tel Aviv.
Pero antes, en un par de días, intentaré comentar un interesante documental sobre las últimas horas de Walter Benjamín en un pueblo de los Pirineos, un lugar que imagino como Sataf, con frutos a punto y parecido a las sierras de San Luis.